Misa 22 de agosto 2020

Homilía XXI Domingo del tiempo ordinario

¿También vosotros queréis marcharos?

«Papa Francisco:  En el Evangelio de hoy, Jesús revela el origen de sus bendiciones cuando habla a sus discípulos. Muchos de ellos estaban desolados, confusos y también enfadados, debatiendo sobre aceptar o no sus «palabras duras», tan contrarias a la sabiduría  de este mundo. Como respuesta, el Señor les dice di­rectamente: 1. «Las palabras que os he dicho son espíritu y vida». Estas palabras, con su promesa del  don  del  Espíritu Santo,  rebosan de vida para nosotros que las acogemos  desde la fe. Ellas indican  la fuente última de todo el bien: el Espíritu de Dios, que insufla constantemente  vida nueva en el mundo, en los corazones, en las familias y en las parroquias.  Cada nuevo día en la vida de nuestras familias y cada  nueva generación trae consigo  la promesa  de un nuevo Pentecostés, un Pentecostés doméstico, una nueva efusión del Espíritu, el Paráclito,  que Jesús nos envía como nuestro Abogado, nuestro Con­ solador y quien verdaderamente nos da valentía.  Cuánta necesidad tiene el mundo de este aliento que es don y promesa de Dios ...  2.  En la segunda   lectura de hoy, san Pablo nos dice que el matrimonio es una participación en el misterio de la fidelidad eterna de Cristo a su esposa,  la Iglesia. Pero esta enseñanza, aunque magnífica,  tal vez pueda parecer a alguno una «palabra dura». Porque vivir en el amor, como Cristo nos ha amado, supone la imitación  de su supremo sacrificio, implica morir a nosotros mismos para re­ nacer a un amor más grande y duradero.  Solo ese amor puede salvar al mundo  de la esclavitud del pecado, del egoísmo, de la codicia  y de la indiferencia  ante las necesidades  de los menos afortunados.  Si somos honestos con nosotros mismos, también nosotros podemos encontrar duras las enseñanzas de Jesús. 3. Qué difícil es perdonar siempre a quienes  nos hieren. Qué desafiante es acoger siempre al emigrante  y al extranjero. Qué doloroso es soportar la desilusión, el rechazo,  la traición.  Qué incómodo es proteger los derechos de los más frágiles, de los que aún no han nacido o de los más ancianos, que parece que obstaculizan nuestro sentido de libertad.  Sin embargo, es justamente en esas circunstancias  en las que el Señor nos pregunta:  «¿También vosotros queréis marcha­ ros?».  Con la fuerza del Espíritu que nos anima y con el Señor siempre a nuestro lado, podemos responder: «Nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo de Dios». Con el  pueblo de Israel,  podemos repetir como Israel  en la  primera lectura: «También nosotros serviremos al Señor,¡ porque él es nuestro Dios ! » (Josué 24,18) {26-8-2018}.